El impacto ambiental detrás de las imágenes creadas con I.A.

Hace algunos días abrí instagram y todo el mundo se habían convertido en dibujitos animados en colores pastel. Selfies, fotos familiares, parejas, grupos posando en la playa, todo lo que normalmente era de carne y hueso había dejado de serlo para convertirse en su reversión al estilo de Studio Ghibli.

Como buena influencer y con el ojo entrenado para los fenómenos de redes, no necesité mucho para darme cuenta de que una nueva moda viral había estaba haciendo estragos en las plataformas y que pronto todo volvería a la normalidad. Sin embargo, y a pesar de que me resultaban divertidas las imágenes que veía, no podía evitar pensar en el impacto ambiental que tendrían todas esas creaciones.

Decidí ignorar el fenómeno y hacer lo mío simplemente no siendo parte, pero en seguida muchas de las personas que conforman la comunidad de @ecointensa me mandaron reels sobre el tema. Gracias a ellxs por darme la idea de hacer doble click en el tema y decidir hablar de esto.

Empecemos por el principio ¿Cómo funciona la creación de imágenes con inteligencia artificial? Muy simple: se carga una imagen en plataformas que integran inteligencia artificial generativa, se elige un estilo visual —en este caso, “Ghibli-style”— y segundos más tarde aparece una nueva imagen que parece salida de una película animada.

La pregunta entonces es ¿Qué tiene que ver esto con el ambiente? La realidad es que detrás de cada imagen generada por IA hay una estructura invisible pero enorme, aquello que sostiene el universo digital está lejos de ser algo etéreo y liviano como una “nube”. En verdad, todo esto requiere de centros de datos que procesan millones de operaciones por segundo, servidores que requieren energía constante, y sistemas de enfriamiento que consumen millones de litros de agua potable.

Para entenderlo, tenemos que pensar en las distintas etapas del consumo del servicio que nos brinda la inteligencia artificial, porque no es solo el resultado lo importante sino el proceso para llegar a el. Actualmente la producción de herramientas de Inteligencia Artificial gasta entre el 3% y el 4% de la energía mundial, pero se calcula que en 2030 el consumo será del 25%. A esto hay que sumarle que cada vez que se genera una imagen, se activa ese modelo nuevamente, multiplicando el consumo energético. Para ponerlo en términos más cercanos: el entrenamiento de un solo modelo de Inteligencia Artificial es el equivalente a la emisión de CO2 de cinco automóviles durante 15 años.

Si bien todas las cosas que hacemos en el mundo virtual tienen impacto ambiental, no todas las tareas digitales son iguales. Las más simples, como enviar un correo o subir una foto, son menos demandantes, mientras que el uso de modelos generativos para, por ejemplo, crear imágenes, implica cargas computacionales mucho más pesadas.

El problema no es el consumo actual, el problema es que las proyecciones indican que la IA vino para quedarse y que está en crecimiento constante. Según un artículo publicado a fines del 2024 por el portal Mongabay “el uso de la Inteligencia Artificial (IA) está creciendo astronómicamente en todo el mundo, lo que requiere una enorme cantidad de energía para fabricar semiconductores y provoca una explosión gigantesca en la construcción de centros de datos. Tan grande y rápida es esta expansión que Sam Altman, director de OpenAI, ha advertido de que la IA está llevando a la humanidad hacia una “crisis energética catastrófica”. Para quienes vivimos en América Latina, esto no es un dato menor, ya que más allá de que los centros de datos están proliferando en todo el mundo para satisfacer la demanda de IA, es principalmente en nuestra región donde pusieron el ojo, por considerarla una ubicación estratégica por los gigantes tecnológicos.

Uno de los eslabones claves en la expansión de la IA es el amado y odiado ChatGPT, una herramienta que consiguió un millón de usuarios en los primeros cinco días de su lanzamiento en noviembre de 2023 y que, según el articulo citado: “se espera que crezca un 37 % de 2023 a 2030, según Grand View Research, empresa de inteligencia de mercado. Esa predicción es vista por algunos como una subestimación importante. Un artículo científico sobre el tema publicado en enero de 2022 sugiere que, para el 2027, la demanda mundial de agua solo para fabricar chips y refrigerar centros de datos de IA podría igualar la mitad del consumo del Reino Unido”

Puntualmente tomando el ejemplo de lo que sucedió la última semana, como el fenómeno se viralizó de manera masiva, con millones de personas generando imágenes estilo Ghibli en pocos de días el, impacto ambiental se disparó abruptamente.

Para que nos demos una idea, cada imagen generada por IA puede consumir entre 0,018 y 3,45 litros de agua, dependiendo de la complejidad del proceso. A su vez, generar 1.000 imágenes con IA equivale a cargar un smartphone 132 veces. El fenómeno de la semana pasada llevó a la creación de aproximadamente 200 millones de imágenes en menos de una semana, lo que se traduce en un consumo estimado de 216 millones de litros de agua.

Fue tan inesperado y masivo que Sam Altman (CEO openIA) dijo que era muy gracioso ver a la gente amando las imagenes de Studio Ghibli, pero que sus GPUs se estaban derritiendo. Poco tiempo después, OpenAI tuvo que limitar el acceso a la función de creación de imágenes para los usuarios gratuitos y reducir el número de imágenes permitidas al día.

Suficientes datos, ahora, a reflexionar:

Si llegaron hasta acá, probablemente estén de acuerdo conmigo en que en un planeta que enfrenta una crisis climática sin precedentes, estos usos masivos y no regulados de la tecnología abren un nuevo frente de preocupación ¿Qué hacemos con estás nuevas herramientas? ¿Se puede usar la inteligencia artificial de forma responsable?

Creo que frente a este panorama, hay dos cosas por hacer, como siempre, una en el plano de lo individual y otra en el plano de lo colectivo.

Por un lado, es necesario repensar nuestros hábitos digitales, evitar el uso compulsivo o recreativo sin sentido. Tener una herramienta digital que nos ayude en el trabajo y nos facilite algunas tareas tediosas puede ser realmente útil, y mientras no caigamos en la trampa de apagar el cerebro y dejar que el chat trabaje por nosotrxs, puede ser que se convierta en una ayuda relativamente inofensiva. Ahí es donde entra el compromiso y responsabilidad de cada quien, en un contexto de inteligencia artificial prácticamente desregulada, somos los usuarios quienes tenemos que determinar cuales son nuestros límites éticos y morales. En esta misma línea, es importante que quienes estamos inmersos en el mundo virtual tomemos conciencia de la huella digital: cada acción online deja una huella de carbono, aunque no la veamos, existe. Por eso es importante elegir cuándo y para qué usamos tecnología.

Por otro lado, en términos colectivos, la realidad es que hoy la inteligencia artificial avanza mucho más rápido que las leyes. Lo bueno es que eso nos permite pensar en cuál es la regulación con la que deberíamos contar para que la inteligencia artificial encuentre sus márgenes. Por un lado, sería importante que, al igual que otros sectores, se vea sometida a evaluaciones ambientales y que la industria tecnológica deba medir y declarar su huella de carbono. Y por otro lado, debería ser responsabilidad de los propios proveedores y de quienes se benefician económicamente con el crecimiento del consumo de estas herramientas, hacerse cargo de la educación digital de los consumidores, esto implica formar a la ciudadanía en el uso crítico y ético de estas tecnologías.

Para ir cerrando, creo que no se trata de renunciar a la tecnología ni de negar su potencial transformador. La IA puede ser una aliada poderosa en campos como la salud, la educación o la transición ecológica. Pero cuando se convierte en entretenimiento sin conciencia, también puede contribuir a profundizar la crisis ambiental y social.

Hablando de este tema con mi familia surgió la pregunta ¿Por qué vamos a hacer sentir culpable a las personas que se entretienen con estas imágenes de forma inocente mientras que los lideres mundiales toman constantemente decisiones que dañan al ambiente? Creo que no se trata de culpar a las personas por divertirse con algo que parece inocente, sobre todo cuando las verdaderas decisiones que afectan al planeta a gran escala, están en manos de gobiernos, corporaciones y líderes que muchas veces priorizan el lucro por sobre la vida.

Pero también es cierto que como sociedad necesitamos empezar a ver la conexión entre nuestras acciones cotidianas y los grandes sistemas que queremos cambiar. La IA generativa, aunque parezca un juego, no es neutral. Se sostiene en una infraestructura energética gigante, alimentada muchas veces con combustibles fósiles, y en prácticas extractivas de datos y cultura que deben ser discutidas.

No se trata de señalar con el dedo a quien sube una imagen estilo Ghibli. Se trata de abrir la conversación para que empecemos a entender cómo funciona este nuevo mundo digital y qué impacto tiene. Porque si no lo hacemos desde abajo, difícilmente lo hagan los que están arriba.

Y, sobre todo, porque no hay transformación real sin conciencia colectiva. Mientras exigimos responsabilidad a los Estados y las empresas, también podemos fortalecer nuestras decisiones como ciudadanos y consumidores.

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